
Todo viaje comienza con un “ingesu”
Siempre que comento mi viaje a Japón las personas se admiran por haber viajado, por haber cumplido ese sueño y por haberme enfrentado a todos los problemas que viví antes, durante y después de viajar. Esto hace que me pregunten cómo fue que tuve el valor, dinero y la enorme fortaleza de haberme ido.
Mi respuesta siempre es la misma: la primera vez fue porque me brindaron la oportunidad y la segunda porque tenía que estar en el país en una fecha en concreto aunque tuviera que mover cielo, mar y tierra para poder hacerlo.
Mientras más platico sobre esta aventura, las personas más se emocionan y generan ganas de vivir una experiencia como la mía, pero siempre existen miles de limitantes que no dejan alcanzar esas metas: dinero, idioma, tiempo de viaje, gastos, ahorros, permisos…incluso, las ganas y nuestros propios miedos, juicios, confianza y autoestima.
Viajar es una experiencia inolvidable, maravillosa y única; toda la aventura y los problemas ayudan a que crezcas como persona, a ver el mundo con otros ojos y sobre todo, son momentos memorables que revivirás una y otra vez al mirar las fotografías, al narrar la travesía, al recordar las locuras…hasta el día en que mueras. Viajar es algo que se irá contigo cuando dejes este mundo y es por eso que si tienes ganas de hacerlo, ¡hazlo!
Todo viaje comienza con un “ingesu”
Esta frase es una de mis favoritas que he visto circular por las redes sociales y es porque tiene mucha razón.
Si le hiciéramos caso a ese “ingesu” en lugar del “no puedo”, “no tengo dinero”, “necesito ahorrar”, “pero mi familia”, “no tengo la fuerza”, “me da un poco de miedo”, etc. ya hubiéramos conocido dos, cinco, diez lugares diferentes en lo que llevamos de vida.
Puede que no sea el mejor consejo del mundo y menos para todos los precavidos y planificadores, pero he de recalcar que las dos veces que viajé, la forma de realizarlos fue así.
Mis viajes a Japón no fueron nada sencillos, incluso la segunda vez me fui en un momento muy difícil para mí con el propósito de estar presente en una situación complicada.
En mi primer viaje tal vez tuve el beneficio de que me pagarían todo a excepción del avión, pero yo iba como guía, me dirigía a Japón a cargo de dos personas que confiaban en mí por mis conocimientos del país en general. Yo jamás había viajado al extranjero, había estudiado japonés, pero casi no lo practicaba, incluso obtuve el nivel cinco como certificación del idioma; no tenía idea de cómo era viajar en el tren, lugares baratos para comer, qué hacer en caso de perdernos…en otras palabras, yo no sabía nada ya que yo no salía de mi casa, casi no conocía la Ciudad de México, vivía en una burbuja y a pesar de eso tenía que encargarme de dos personas en un país extranjero que, lógicamente, nunca había pisado.
Sumándole a todo esto, yo no me creía capaz de lograr esa tarea, no poseía el apoyo de mi familia, el miedo era como una hoguera alimentada por desconfianza, incredulidad y dudas, pero…una mañana decidí escuchar el “ingesu” que mi mente, corazón e instinto gritaban al unísono. Y sí, me fui a Japón.
En la segunda ocasión mi idea era ir por unos tres o cuatro días y regresar. Yo tenía que estar en Tokio el 23 de febrero de 2016 a toda costa y sin importarme todo lo que tuviera que arriesgar para realizar ese viaje. Después, esos tres días se convirtieron en tres semanas y aunque no tenía ni un quinto, ni trabajo, ni nadie que me pagara el viaje, me fui a pesar de que me encontraba en el momento más difícil de mi vida.
El “ingesu” y todo mi amor fueron los que me ayudaron a irme a pesar de las habladurías, la situación tan complicada, triste y terrible que estaba viviendo y porque ese viaje no era bien visto por los que me rodeaban ya que era catalogado como “un viaje estúpido y sin sentido” a los ojos de los demás.
Con la cartera vacía y sin un método eficiente para pagar el viaje, me aventuré una vez más aunque en este momento (me las esté viendo canutas) me esté costando muchísimo pagar la enorme deuda que generé ya que no me deja seguir adelante económicamente, pero la experiencia nadie me la quita y el haber cumplido ese deseo de estar en el país en uno de los momentos más tristes y emblemáticos de mi vida hace que grite mil veces “no me arrepiento de nada”.
Un sabio y complicado consejo
Hace unos días le conté a una chica el cómo me había ido a Japón la segunda vez. Que cierto día había comprado el boleto de avión y me fui al país del sol naciente con todo y los problemas externos e internos que poseía.
Ella desea conocer el país y que está ahorrando para que eso suceda, pero siempre salen dos o tres gastos que le impiden realizar el viaje.
En ese momento le dije “¡no lo pienses más y vete! En lo que planeas, disque ahorras e intentas que todo esté en orden, la oportunidad no llegará nunca. Lo mejor es que te vayas con lo que ahora tengas, saques a mil meses el vuelo y el hotel, investigues la forma de irte lo más barato que se pueda y cómo ahorrar dentro del país, y ya cuando regreses, trabajas para pagarlo. Tal vez estarás muy limitada económicamente y te frustrarás porque no te alcanzará para nada, como me pasa en estos momentos, pero el viaje ya lo viviste, ya lo realizaste y ya cumpliste ese sueño, ya sólo deberás pagarlo.”
Tal vez suene un poco irresponsable o inmaduro, pero todo es cuestión del lado en el que lo mires: puedes pasar diez años ahorrando para el viaje y deprimirte cada vez que sientas que no lo estás realizando, o puedes pasar esos mismos diez años pagando por una aventura que ya disfrutaste, que ya experimentaste y que ya viviste.
Yo prefiero la segunda.

