Concursos,  Cuentos,  Escritura,  Libros,  Mi obra,  Mis escritos,  Mis libros,  Publicaciones,  Slider

Cuento finalista Premio Ariadna 2018: Nuestra boda

Nuestra boda

Un amor imposible, un amor retorcido; no hay ninguna diferencia, en los dos alguno siempre tiene que sufrir.
Rosée

Cuando mi hermana nos anunció la gran noticia en la cena, sentí cómo el alma se me salía del cuerpo. Dejé caer la cuchara que hizo un sonido metálico cuando chocó con el plato de cereal que tenía enfrente. Mi madre la abrazaba y millones de felicidades le salían de su boca acompañados de sonrisas que se me hacían repugnantes. Mi padre, en cambio, no terminaba de digerir lo que sus oídos escuchaban y no se había percatado de que la cuchara con la que se servía azúcar estaba hasta el borde y la fina materia se regaba por su café y la mesa. Pequeñas lágrimas se me juntaron en los ojos, quería ponerme a llorar ahí mismo y al reprimirlo, un dolor en el cuello y en la mandíbula me invadió junto con la sensación de la leche hirviendo que tenía en mi estómago. Las manos me empezaron a temblar cuando papá se dio cuenta por fin de que su hija se casaba y se acercaba para abrazarla. Sentí como unos cuchillos atravesaban mi espalda y un grito de rabia, tristeza, dolor y enojo se acumulaba en mi garganta. Mi respiración se agitó con odio y cerré los ojos para eliminar de mi mente la sonrisa estúpida que tenía mi hermana en la cara.

Quería a mi hermana, pero a él lo amaba; lo amaba desde que entramos a la primaria, desde que en el recreo ella y yo le hablamos, a ese niño tímido de ojos negros con rizos descontrolados y nos volvimos los mejores amigos, desde que compartíamos juntos los trabajos escolares, las respuestas de los exámenes, los castigos, las idas de pinta, el primer amor de él, el primer amor de ella; cuando falleció su padre y adoptó a sus cinco mascotas; al entrar a la prepa, cuando nuestros caminos se separaron en la universidad; cuando estuve en su primera borrachera, cuando compartió la noche con una de sus maestras…incluso estuve cuando se dio cuenta de que estaba enamorado de mi hermana y me lo confesó, con un nudo en la garganta. Cuando ella le correspondió y mi corazón se hizo trizas.

Lo amé en los cinco años que llevaban de relación, en las peleas de ellos, en las fiestas, en los momentos felices, en los momentos tristes; en los consejos, pero sobre todo en mis celos, en mi odio hacia ella, en mis pensamientos de esperanza de que se dejaran y él se diera cuenta de mi presencia; incluso ahora cuando ella nos da la noticia que tanto me horrorizaba, cuando sé que el hombre que amo se casará con ella, cuando minutos después de decirle, con una sonrisa obligada, un “felicidades” a fuerza, recibí una llamada de él pidiéndome perdón por no decirme la sorpresa antes que a ella y cuando mi corazón desapareció de mi pecho al escuchar la invitación de ser su padrino de bodas… incluso en ese momento lo amé y por supuesto odié a mi hermana melliza quien viviría su vida con el amor de mi vida.

Nunca sabré cómo fue que sobreviví las semanas que le siguieron a la noticia. La alegría de los dos me carcomía el alma; los preparativos para la boda eran agobiantes, la prueba de los menús me daban asco, los pasteles de boda se me hacían insípidos, las invitaciones ridículas, los invitados hipócritas, la iglesia satánica y el salón me asfixiaba a pesar de ser un enorme jardín.

Quería morirme, literalmente planee hacerlo muchas veces, pero mi amor por él me mantenía con vida, su sonrisa radiante, perfecta, aquella de la que me burlé cuando llevaba braquets; me llenaba de fuerza para continuar con el tormento que vivía todos los días, para sobrevivir cuando los imaginaba en la noche de bodas, cuando los dos aceptaban frente al altar, cuando algún niñito me decía tío con la risa de él y los ojos de ella; mis ojos verdes y esa sonrisa que tanto amo en un hijo que no sería mío.

Mientras los días se acercaban, mi dolor y agonía eran insoportables. Las ojeras se me marcaban por las noches de insomnio, adelgacé alarmantemente, varias veces fui al doctor por petición de mi familia, pero ninguna medicina me curaría: me estaba muriendo de amor y nadie lo sabía. Las sonrisas falsas estaban acabando con mis órganos internos, el traje a la medida me apretaba el cuerpo, la corbata me oprimía el cuello al punto de parecer suicidio, los regalos me hablaban con voces de ultratumba imposibles de sacarlos de mi cabeza y las felicitaciones y abrazos eran como mordeduras de seres deformes ansiosos por comerse mi cerebro.

Cuando mi hermana por fin decidió el vestido que llevaría en tan devastador día, cuando la vi de blanco y con su sonrisa radiante, al ver su rostro en el espejo, ese rostro tan igual al mío, el pequeño espacio de mi corazón que aún latía se desmoronó y le dio la bienvenida a la nada. Yo podría ser quien usara ese vestido, yo podría ser el radiante de felicidad, yo podría ser quien aceptaría la compañía de mi amado por la eternidad; yo podría ser ella, vestido de blanco, un blanco que puesto en ella se tornaba del color de la sangre.

Yo estaba muriendo lentamente y de alguna u otra forma yo tendría que dejar de existir, ya que mi estado de salud empeoraba cada vez más y la boda estaba a punto de postergarse por las veces en que fui a parar al hospital. Así que la solución llegó una noche de insomnio, la planeación no fue tan difícil y llevarlo a cabo todavía menos: una fiesta inexistente de despedida de soltera fuera de la ciudad, un secuestro en el que se pedía rescate por los mellizos, un hermano que quedaría como el héroe que defendió a su hermana para cumplir sus sueños, una melliza inconsolable, pero con el deseo de cumplir la promesa a su hermano de ser la mujer de su mejor amigo. Un cuchillo de cocina recién afilado; el rostro lleno de dolor cuando el primer golpe se le encajó en el dorso, sus lágrimas de terror al ver que su hermano mellizo le robaba la vida, su último suspiro al escuchar que él sería mío, la sangre de ella esparcida por el suelo, mi cuerpo cubierto de lo que antes fue la persona con la que nací, crecí y viví todos estos años de mi vida, con la que compartí el vientre de mi madre, de nuestra madre.

Un maletín con el dinero de mis padres que yo mismo había pedido en rescate, un experto en cirugía plástica; un miembro desaparecido, dos compañeras nuevas; meses de recuperación para acostumbrarme a mi nueva forma física, mental y psicológica, el regreso de una mujer desfallecida después de tanto tiempo de no ver la luz, de estar encerrada en un cuarto junto con el cuerpo putrefacto de su hermano. Una familia enojada, desolada, triste, sin respuestas y llena de venganza que jamás se efectuaría cuando vieron que su hijo no regresó de tan horrible tragedia; un novio que perdió a su mejor amigo, una novia consoladora que llorará la muerte de su hermano hasta que le llegue el turno de reunirse con él y una boda que se efectuaría a pesar de haberse pospuesto varios años tras tan lamentable noticia.

Cuando la luna se coló por la ventana pude ver en el espejo el reflejo de nuestros cuerpos que se movían con lenta precisión, un suspiro de placer y un te amo seguido de mi nombre salió de la garganta de mi esposo. Me dedicó la sonrisa más bella del mundo y sonreí con él porque nos amábamos, porque era mío, porque compartiríamos una vida juntos y porque así tenía que ser.

Premio Ariadna de cuento 2018

El libro lo pueden adquirir en la siguiente página web. También pueden leer un poco más de dónde salió la inspiración para el cuento y cómo fue que lo gané. Espero les haya gustado.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.