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Microcuento #10: Un paseo por el sueño

Desperté sin saber dónde me encontraba. La cama se me hacía desconocida y las paredes blancas y desnudas no las había visto nunca. La noche anterior me fui de fiesta con unos amigos para celebrar nuestro último día en la universidad. Todos habíamos salido con honores y debíamos festejarlo.

Bailé toda la noche y me puse tan borracha que, cuando me subí al auto de uno de mis amigos, me quedé dormida al instante y me perdí dentro de un sueño profundo e incómodo. Después de un tiempo indefinido, desperté a medias y sentí que alguien me tomaba en brazos mientras caminaba y vociferaba algo que no logré entender. Sentí como subía las escaleras y me depositaba suavemente en una cama. Estaba tan cansada que no pude abrir los ojos ni articular un pequeño gracias para aquel que me había dejado sana y salva en mi habitación.

Tal vez el alcohol me hizo tener pesadillas, pero en sueños escuchaba ruido, mucho ruido y ajetreo. Percibía sonidos de personas que corrían por todos lados como si estuvieran desesperados o tuvieran prisa por hacer algo. Al mismo tiempo escuchaba como si arrastraran mesas de metal y logré distinguir sollozos lejanos. Un sueño pesado me invadió, no podía despertar y no lograba mover mis articulaciones, las sentía pesadas y sin vida; como si los huesos fueran de piedra y no tuviera el control de ellas.

Al poco rato las pesadillas cesaron y pude descansar gracias a un sueño pacifico que no había sentido nunca, una sensación de ligereza, como si flotara en la cama. Un momento tranquilo, mágico; casi espiritual. No tenía ganas de despertar.

Dentro del ensueño escuché llorar a alguien, ese sonido tan familiar fue lo que me despertó. Me levanté de forma violenta en un lugar desconocido. No había ventanas, sólo un foco en el techo que alumbraba toda la pequeña habitación. No existía puerta, en su lugar, unas cortinas blancas me mantenían encerrada. No supe si abrirlas o no, ya que me encontraba sin ropa. Volví a escuchar el sollozo y unas voces susurrantes que conocía muy bien. Sostuve la sabana y me la puse alrededor de mi cuerpo. En ese momento una enfermera abrió las persianas y vi a mi familia. Mi mamá lloraba con dolor y pena, mi padre estaba de pie junto a ella con un rostro inexpresivo lleno de arrugas que no le conocía y mi hermano mayor platicaba en voz baja con un doctor, su rostro reflejaba mucha tristeza.

Me acerqué a ellos, pero nadie me vio. Estaban más interesados algo que estaba detrás de mí, de donde acababa de salir. Le hablé a mi madre y ni se inmutó, no me había escuchado. Hablé más fuerte y nadie volteó, el miedo me invadió.

Me giré para ver aquello que tanto les llamaba la atención. El corazón se me detuvo, o eso fue lo que percibí porque era imposible. Escuché mi propio grito de terror y me tiré al suelo para llorar con amargura. La persona que yacía en la cama, sin vida y con el rostro lleno de cortes, era yo.

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