
Poesía: La espiritualidad
En mi tercer viaje a Japón
sentí que de verdad existe algo
fuera de todo entendimiento.
Se le puede llamar Dios
Madre Naturaleza, ciencia
o filosofía…
el nombre que sea.
Ahí me di cuenta de que existe
algo profundo, misterioso
que late como el sonido
del corazón,
que respira
como el viento de invierno;
que susurra
como el sonido del agua, del fuego;
que emana aromas imperceptibles,
que no tienen nombre,
como el olor a pino,
el olor a frío
que el invierno trae consigo.
Algo que escucha
como las plegarias llegan hacia el firmamento;
algo que se siente
como la luna que se esconde
detrás de una roja pagoda.
Un ser sin nombre y tan supremo
que invita a la contemplación,
a las lágrimas,
a los suspiros.
Un atardecer
que no tiene tiempo ni espacio.
Un chico que llora
mientras la noche llega.
Aquello que el universo envía
en cada árbol,
en el río,
en la tierra mojada;
en el sentimiento del frío.
La espiritualidad está
cuando sale el sol,
al momento de llover,
cuando la luna se despierta
o el calor quema la piel.
Se encuentra en el césped que se mueve,
en el silencio de un bosque;
en cada respiración nuestra;
en el latido de nuestros corazones.
Quién diga que la espiritualidad no existe
es porque no ha disfrutado
del sonido de las olas,
de las flores cuando salen en primavera,
el olor dulce de la miel,
el calor que brinda una taza de té.
En el gesto humano
de un compañero de cuarto
en la amabilidad de una sonrisa;
el sonido de los trenes en la lejanía,
de la soledad de un templo
y el escuchar como cae una moneda
cuando se emite un rezo.
Escalar por cien mil toriis*,
disfrutar de un caldo caliente cuando hace frío.
Ver las nubes que se mueven
y hacen figuras,
las estrellas que titilan en la lejanía.
Y gracias a ese nuevo entendimiento
fue que escribí Chiyoko,
estudie haiku** y senryu***,
no dejo de leer libros japoneses,
empecé un proyecto de poesía llamado Sasayaki.
Entré al budismo
la enseñanza del zenismo.
La importancia de ver el cielo,
de escuchar el cantar de los pájaros.
Cerrar los ojos y vivir el momento,
la revelación de que estar con vida
es el mayor regalo que le podemos dar al universo.
Medito todas las semanas
y trato de disfrutar cada día de mi vida
como ese atardecer silencioso
en el que lloré,
con el sonido de los ema*** de fondo;
con el bosque de pino que se abría ante mí,
con la luna que me acompañó
hasta que la última lagrima vertí.
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*Puertas que van hacia el mundo espiritual
**Poesía japonesa que tiene una palabra de estación y se conforma de cinco, siete y cinco versos.
***Haiku sin palabra de estación
****Tablillas de madera para escribir deseos. Se encuentran en los templos budistas y sintoistas.

