
Vida diaria: Recibir libros durante el confinamiento
El COVID-19 llegó para desestabilizar a todos. Nos pegó de una u otra forma. Algunos se volvieron locos, otros entraron en ansiedad; algunos —como yo— caímos en depresión y empezamos a no hacer nada. Y todavía no termina.
En estos tres meses he tenido todos los padecimientos del mundo: ansiedad, tristeza, depresión, enojo, flojera y desaliento. Aunado a mi enfermedad, el confinamiento me ha puesto en un espacio entre la espada y la pared. Ese espacio en el que no quiero hacer absolutamente nada, donde me desaparecí de mis redes sociales, dejé de escribir y hasta de leer. Pero también el otro lado, el no dejar mis proyectos, escribir aunque sea un poco, no abandonar la página y leer.
La verdad es que una de las razones por las que sigo en este mundo es porque aún existen muchos libros por leer. Además de ser un fuerte motivo, me inspira mucho comprar libros. Puede que sea un padecimiento: si estoy triste, quiero llenar el vacío, y ¿cómo lo lleno? Comprando libros.
Al inicio lo veía como algo malo, ahora es una inversión. Un buen escritor tiene que ser un buen lector. Para escribir hay que leer, es la única fórmula. Eso me reconforta porque, además de leer por pasión, leo como método de aprendizaje. Y como puntos extra, me sirve para sentirme mejor.
Recibir libros durante el confinamiento
Es por eso que, en estos momentos de confinamiento lo que hice fue: comprar libros. Necesitaba un estímulo, algo que me alegrara y me sacara de la monotonía. Incluso, algo que me sacara del estancamiento literario que me dio por un mes entero. ¿Y cómo lo logré? Comprando libros.
El primer motivo fue mi cumpleaños. Quería regalarme lo que más me gusta en este mundo, así que lo hice: me compré literatura japonesa.
Después, el pretexto fue “es que están en descuento” y volví a pedir otra tanda de libros japoneses. También estuvo presente el “es que lo necesito para mi club de lectura”. La verdad es que no importó el motivo, lo que me interesaba era tener libros nuevos, frescos, bonitos y oler su páginas, embriagarme con ellas y desaparecerme entre sus hojas.
No les miento que cada que sonaba el timbre me emocionaba como niña en Navidad. Corría a la ventana para ver si eran mis libros y cuando no eran, me retiraba a mi cuarto a no hacer nada. Pero cuando sí eran, los limpiaba —porque esa medida de tener que limpiar todo lo que llega de la calle me desespera— abrirlos y amarlos desde el primer instante.
Tener libros nuevos siempre ha sido como una especie de terapia para mí, pero en estos momentos de contingencia y encierro, recibirlos ha sido como una especie de lampo: un resplandor fugaz, como el del sol cuando se oculta tras las nubes.
Después de días en los que veía mis libros viejos y no me apetecía ninguno, cuando tuve ataques de ansiedad; cuando pensé que mis sueños se irían por la borda y que los días se convirtieron en una monotonía espantosa; los libros fueron, una vez más, mi salvación.
No hay como entrar a la librería y ver esas hermosuras en los estantes, pero esta etapa de confinamiento, recibir libros en casa me ayudó a levantar mi estado de ánimo, a salir del bloqueo literario y, sobre todo, a que los días no fueran tan pesados. De verdad, gracias a los libros por existir. Sin ellos, moriría, literalmente.

