
Inspiración: lugares ajenos llenos de libros
Ya he hablado mucho de que adoro las librerías y las bibliotecas. Que en mi casa tengo estanterías llenas de libros y que los tengo por ahí y allá. Por todos lados. Ver reunidos tantos mundos de papel en un sólo lugar me transmite mucha paz, me inspira; incluso hace que me sienta cómoda. Es por eso que en mi lugar de trabajo —donde me la paso escribiendo—está lleno de libros a mi alrededor. Donde duermo igual y si en algún momento salgo a la calle para escribir o para pasar un tiempo a solas, me gusta que sea en un lugar lleno de libros.
Un lugar ajeno lleno de libros
Pero ¿qué sucede cuando visito alguna casa, consultorio o un lugar que tiene libreros llenos o un sitio especial con los tomos acomodados y brillantes?
En primera instancia, el lugar ya me agradó por el simple hecho de tener libros, aunque no sean de mi gusto o de los temas que suelo leer. Si es un consultorio, una oficina o una cafetería; al instante me siento cómoda, como si el mero hecho de que estés esos ejemplares de papel, caldearan el ambiente. Creo que esa es la palabra que buscaba. Cuando estoy rodeada de libros, siento un calorcito rico; como el de un chocolate caliente, el de un té un día lluvioso o una bufanda gruesa en el invierno. Por eso lo lugares, que a simple vista podrían ser fríos, como la sala de espera o la oficina del jefe, si tiene una gran colección de aventuras en papel, ya me siento cómoda.
La segunda respuesta es, que de inmediato, la persona ya me cae bien. Es como si compartiéramos un gusto en común aunque no nos conozcamos y eso, una conexión que sólo los libros producen. Empiezo a hacer preguntas sobre libros o cuáles son sus favoritos. Me maravillo cuando tienen bibliotecas grandes y muchos libros de dónde escoger, observar y admirar.
Una estoquer literaria
Lo tercero que sucede es que me vuelvo una estoquer literario. Empiezo a revisar de arriba-abajo, los libros en la estantería o en lugar asignado. El tiempo se detiene y me quedo ahí, admirando los títulos como si fuera mi propia casa. Los sostengo como si estuviera en una biblioteca y leo sus sinopsis como si los fuera a comprar. Incluso, se me ha pasado una o dos veces por la cabeza, pedirlos prestados. Aunque no conozca a la persona, aunque sea la sala de espera. De verdad, que vergüenza.
Por un momento la conversación gira en torno a los libros que posee la persona o si estoy en algún consultorio, los tomo para disfrutarlos mientras espero mi cita —aunque lleve el mío en la mochila—.
Entrar a un lugar y que éste tenga libros, hace que pierda, por un instante, la razón del por qué estoy ahí, con quién estoy o lo que estaba haciendo segundos antes. Repito, la habitación se caldea y los dueños de semejantes bellezas me caen bien al instante. Y después de acribillar a la persona con preguntas, revisar la estantería cien veces y alabar su colección ya sea grande o pequeña, la conversación regresa a lo que sucedía antes. Después de revisar los tomos, me siento a esperar mi turno o regreso a la consulta, la junta o a lo que fuese que estuviera haciendo en ese momento.
No existe mayor gozo que encontrar esos rincones secretos en la casa de alguien más o en el doctor. Me pregunto si los que visitan mi casa se sienten igual.
¿Te has sentido de esa manera cuando entras a un lugar ajeno lleno de libros? Cuéntame en los comentarios.

